viernes, septiembre 09, 2005
PURO AMOR PROPIO
Testimonios de primera mano sobre la masturbación
A estas alturas debiera ser innecesario insistir en que la masturbación es normal. Que es parte de la vida sexual de hombres y mujeres, y que no produce ningún problema en la salud mental ni física de quienes la practican. Ni siquiera “en exceso”. Pero así y todo, hay quienes la ven como signo de inmadurez en la edad adulta. No nuestros entrevistados.
Por Daniel Olave
“Masturbarse es hacer el amor con la persona que más quieres “
Woody Allen
“Contar anécdotas de masturbación y hacer chistes sobre el tema, está bien, siempre y cuando se remitan a la adolescencia. Pero son pocos los que reconocen que la actividad continúa cuando eres mayor”, dice de entrada Miguel, publicista de 33 años. “Yo no tengo problema con eso. Y creo que la mayoría lo sigue haciendo, aunque no lo reconozca”.
En un país poco asumido en los temas sexuales, donde el desnudo todavía es noticia, la masturbación adulta sigue siendo tabú. Está bien si se es un adolescente despertando al erotismo y siempre habrá un facultativo abierto o un sicólogo moderno diciendo que es normal que niños y niñas lo hagan. Y que si es mucho, que mejor hagan deporte o piensen en otras cosas.
Pero ya nadie se atreve a asustar a los adolescentes con historias de pecado, pelos en las manos, retardo mental u otro argumento típico de las viejas campañas del terror. Aunque otra cosa es aceptar que hombres y mujeres adultos, con pareja estable, continúan con las prácticas onanistas, muchas veces, a lo largo de toda su vida.
“Lo tengo súper asumido. Es una forma de darse placer sin depender de nadie más. Y aunque desde que empecé mi vida sexual regular a los 18 años, casi siempre he estado emparejado, eso no me ha quitado lo pajero”, explica Miguel.
Antonio, otro profesional de 30 años, dice que pasó por una época de cuestionarse o arrastrar algo de culpa. “Cuando era más chico, era por una cosa religiosa. Y ya grande, porque me hacía sentir pendejo. Como que no podía ser que anduviera siempre con ganas de masturbarme si tenía pareja estable. Si vivía con alguien y menos si estaba casado”.
A diferencia del personaje de Boris Quercia en “Sexo con Amor”, a Antonio su propia pareja lo ayudó a superar ese rollo. “Un día llegó de improviso del trabajo y yo estaba tirado en la cama, masturbándome. Como estaba en pelotas, me fue imposible hacerme el loco, vestirme y todo eso. Simplemente mi mujer me pilló ‘con las manos en la masa’, literalmente. Me hice el cool, y la esperé. Y nada. Se rió, se sacó la ropa y se unió al baile. Y es que es una expresión de mi sexualidad. Nada más, ni nada menos”.
Claro que hay mujeres que no piensan así. Las hay que se molestan si saben que su pareja se masturba. “A veces lo he hablado con algunas amigas”, dice Macarena, de 22 años. “Y ellas dicen que si el pololo se masturba es porque ellas no lo satisfacen. Es como si les fueran infieles. Y yo creo que no tiene nada que ver. Es algo aparte”.
Eso, a pesar que esta chica, estudiante de comunicación, no practica el autoerotismo. “Tengo una vida sexual normal. Tengo pareja y no creo tener una tranca al respecto. Alguna vez lo intenté cuando chica y no pasó nada. Desde que estoy con mi actual pareja hace tres años, nunca he sentido la necesidad. Pero no lo veo como algo malo o sucio. Me parece más como una variante sexual, algo que nunca he hecho. Supongo que algún día le descubriré el gusto”.
AMAR AL PROPIO CUERPO
En una situación distinta está Mariela, de 24 años. Es virgen, pero se masturba. “Desde niños buscamos placer. En mi caso, se hizo más evidente desde los 14 ó 15 años, cuándo mi cuerpo comenzó a cambiar. La curiosidad comenzó a crecer y la necesidad de sensaciones nuevas se hizo cada vez más fuerte. Pero con el tiempo se ha transformado en una relación de amor con mi cuerpo. Conocerlo, quererlo, descubrirlo y sentir la capacidad de brindarme placer sin otro, que siempre es necesario pero no imprescindible”.
Según ella, “la masturbación no es un sustituto de algo que falta, que otro me tiene que dar y como ese otro no está me veo ‘obligada’ a dármelo yo misma. No es eso, es otra ‘relación’, y en el caso de tener una pareja, no voy a dejar de lado porque son espacios complementarios”.
“Cuando era más pendeja a veces me avergonzaba hacerlo y no se lo contaba a nadie”, continúa explicando Mariela. “Pero con el tiempo he ido sintiendo que es muy inherente a nosotros y no tengo problema en contarlo. El problema lo tienen los otros al escucharlo, porque para muchos la masturbación todavía es un tema masculino, como la sexualidad en general, o de mujeres muy urgidas. Pero filo, yo persisto y me ha ayudado a conocer mi cuerpo, quererlo, respetarlo y estar en comunión con él”.
Miguel es de los que piensa igual. “Incluso, podría decir que cuando estoy más sexualmente activo es cuando más me masturbo. Es como si estuvieras en un estado más erótico. Incluso, a veces, puedo tener ganas de masturbarme después de tirar, y no porque me quedé con las ganas. Es que simplemente es algo distinto. Una cosa personal. Una forma de estar bien con uno mismo.”.
Pero no todos parecen asumirlo con la misma naturalidad. Aunque les pasa lo mismo, más bien han tenido que rendirse a la evidencia. Como Pablo, un periodista treintón: “Es cierto que siempre pensé que la paja se pasaba con el tiempo. La tranquilidad ante esa vana esperanza se me fue cuando estaba viendo Belleza Americana y el personaje principal reconocía que empezaba el día con una paja. Después encontré a Houllebecq en Plataforma, que tenía un personaje que se ahogaba a pajas. Todavía, y ahora que se aborda el tema, sólo puedo suponer que las pajas de adulto son pajas normales. Me queda claro que de adolescente no se puede vivir sin ellas. Pero de grande me pregunto qué se puede hacer si Marlene Olivari, la Sita Jeanette o las minas de Mekano andan todo el día mostrando su jugosa carnalidad”.
Xavier, un contador de 35 años, se confiesa: “Una vez un amigo me dijo que lo superaría al casarme, ya que el sexo con mi pareja sería el medio para superar tal impasse. Pero la verdad, no ayudo de mucho. Puedo tener sexo e igual tener deseos de masturbarme de vez en cuando. Siempre he pensado que soy paja-adicto”.
Los inicios de Xavier en el arte de la autoestimulación resumen una experiencia que tiene muchas coincidencias con la de varios entrevistados: “Comencé mi interés por tan loable deporte, desde que tenia 12 años, cuando me toco ver una competencia de pajas, en mi población natal. Se ponían cuatro giles a masturbarse y se apostaba quien llegaba más lejos. Traté de convertirme en un buen lanzador, pero era tan incontrolable el placer, que disparaba para cualquier lado”. Y remata diciendo: “He disfrutado de tan sublime placer los últimos 23 años. Pasé por etapas de remordimiento moral, el pecado y eso, pero la paja es más fuerte”.
EL ARTE SOLITARIO
La masturbación grupal o la competencia de pajas es una forma bastante común de iniciarse en el autoplacer. “La primera vez que vi lo que era masturbarse fue en una competencia en la que pude advertir que el desarrollo de otros dos compañeros ya había llegado. Eramos cinco y los otros tres no tuvimos otra que cagarnos de la risa, asombrados con el chorro ajeno. Fue la primera y última paja en grupo”, comenta Pablo, quien, con el tiempo, ha elaborado su propia teoría sobre la autoestimulación.
“Hay que reconocer en esta variante un espacio tremendamente creativo. Porque no es llegar y correrse una paja, ¡no señor! En cada una de ellas se condensa lo mejor del relato y la narración: presentación, acción y conclusión. Nadie se va de paja sin imaginarse un gesto, una palabra sutil, un momento clave o una transgresión. Insisto, hoy más que nunca uno es carne de paja. Se vive en un mundo virtual donde las respuestas deben ser inmediatas, y ante la calentura permanente a la que estamos sometidos, como bichitos de una sala de experimentos, como neurotransmisores dependientes de la señal, qué podría ser más eficaz para la angustia y la ansiedad”.
Curiosamente, las mujeres que accedieron a dar sus testimonios para este reportaje, tienen más resuelto el conflicto, superadas las culpas y asumida la naturalidad del asunto que tienen entre manos. Juanita, parvularia de 42 años reflexiona en voz alta: “Si la pregunta es si se hace tanto en la adultez como en la adolescencia, la respuesta es un sí franco y absoluto. Creo que la diferencia tiene que ver con la calidad de tus relaciones sexuales o de tu vida en pareja. Para ponerlo de manera más prosaica, si te tienen satisfecha o no... La verdad es que si la frecuencia y el estándar de tus polvos es alto, uno no echa de menos la paja... Así de brutal”.
Y lo dice por experiencia propia: “Me masturbo desde los 4 o cinco años y durante los períodos en que mi vida sexual era un desastre, frustrada o muy discontinua, recurría seguido a la masturbación. Y con muchísima menor frecuencia cuando lo pasaba bien en la cama, como ahora. Pero para mí también es válida durante una relación sexual. Creo que también ayuda a liberar tensiones cuando el stress es galopante y no tienes un polvito ad portas. Relaja y estimula el sistema nervioso. Yo la recomiendo a ojos cerrados”.
CON PAREJA
Para algunas mujeres, la masturbación está plenamente conectada con su vida en pareja. Ese es el caso de Alicia, productora de treinta y tantos: “Hace casi 20 años que descubrí que masturbarse era ‘heavy’. Toda un sensación, de esas que recorre el cuerpo y te deja extenuada. Con mi pareja nunca hemos dejado de disfrutar lo que la masturbación nos puede brindar. Es una herramienta más del sexo, que para nosotros se ha convertido en una forma de provocarnos, de decir cuanto nos deseamos, de recordarnos, porque cuando hemos estado lejos por distintas razones, masturbarse pensando en el otro es doblemente agradable”.
“¡Pensar que en algún momento me cuestioné el hecho de disfrutar tanto la masturbación!”, se lamenta Alicia. “Un prejuicio estúpido, una tontera, uno no puede negarse al placer”. Aunque la mayoría de los entrevistados reconoce haberse iniciado en estas prácticas desde adolescente e incluso de muy niños, hay otros que han descubierto los potenciales del autoerotismo en forma tardía, aunque no por eso con menos potencia. “Muchas veces me pregunté por qué nunca me había aventurado a darme placer sexual en solitario”, relata Catalina, ingeniero comercial. ”Imagino que pudieron ser trancas con el tema, pero la respuesta consciente siempre era ‘qué fome, esto me gusta de a dos’. Pero a los 35 años me reencontré por mail con un antiguo conocido que ahora vive fuera del país. Llevaba tres años de separada y no había mantenido ninguna relación. Comenzamos a cartearnos, a enviarnos fotos, y un buen día terminamos hablando abiertamente de sexo. Decidimos entonces que tendríamos una relación sexual -porque no era sentimental- a la distancia”.
Según Catalina, ese fue “el verano más ardiente que he vivido. Pedro me escribía dos líneas y yo no podía trabajar... vivía en un estado permanente de excitación, nunca había tenido tanta conciencia de mis genitales. Corría a mi casa en la tarde si él me había anunciado telefonearme, y me preocupaba de estar sola. Él dirigía todos mis movimientos sobre mi cuerpo y me sugirió comprar también un consolador. No había tenido un mal sexo en mi vida, pero ignoraba que las sensaciones autoprovocadas también podían ser casi igual de intensas. La relación terminó, pero me quedó el consolador. No lo he usado más de tres veces en 10 meses, pero la experiencia ha sido siempre muy satisfactoria”.
“Me gusta más que exista otro”, reconoce Catalina, “pero la verdad es que a veces el llamado de la carne es fuerte. Hace unos meses tuve un romance breve que me sirvió para percatarme de que en pleno acto podía yo también ayudar autoestimulándome. De hecho, logré orgasmos que no había conseguido antes, en años, en una posición determinada”.
El sexo no es cosa de niños. No exclusivamente. Nos acompaña durante toda nuestra vida y la masturbación es parte de ella. Y es que en la sexualidad y el erotismo, como en toda actividad humana, uno nunca termina de aprender.
TESTIMONIO: HISTORIA DE AMOR EN SINGULAR
“Nunca fui una niña muy activa en lo sexual, aunque me pasaban cosas como a todo el mundo.Pero la masturbación no estaba entre mis hábitos. Creo que ni siquiera sabía bien cómo se hacía. Recuerdo sí que la calentura y las sensaciones raras en la vulva estaban. O sea, alguna vez me restregué contra el brazo del sofá y fue placentero. Pero de orgasmos, nada de nada todavía. Eso vino más tarde”.
“Las cosas comenzaron, aunque parezca contradictorio, en pareja. Sé que el acto onanista es en sí mismo un placer individual, algo que se hace solito. Pero bueno, a mí me pasó que lo descubrí en pareja. Fue mi primer compañero sexual quien me incentivó en el tema. A él le gustaban los juegos y me introdujo en ellos, algo que agradezco. Así empecé a convertir la masturbación en un juego erótico con él: hacerlo juntos, vernos el uno al otro, hacérnoslo mutuamente. Hacerlo mientras hablábamos por teléfono cada uno en su casa. Muy entretenido”.
“Con el tiempo, me alejé de esa pareja, pero hubo cosas que se quedaron conmigo. La masturbación fue una de ellas. Hoy podría decir con propiedad que para mí masturbarme es un placer que me doy y disfruto plenamente”.
“Me gusta ver televisión y comenzar suavemente a tocarme, casi sin pensar en ello, hasta que se vuelve imperiosa la necesidad del orgasmo y apago la tele, para concentrarme plenamente en mi sexo, mi placer, mis fantasías y acabar una y otra vez. Una cosa que tengo clara es que el placer de masturbarse no tiene directa relación con la falta de sexo, ni con la ausencia de pareja. Puede estar presente teniendo una vida sexual activa y placentera. En otras palabras, el pajero es pajero solo o acompañado”.
“Una infidencia: he de confesar que me gusta poner mi sello en los lugares que visito. Todo comenzó hace hartos años, cuando aún era veinteañera y un día me bajaron las ‘ganas’ en horario laboral. Como estaba prendida y no había forma de remediarlo, partí al baño de mujeres de la oficina y me masturbé sentada en la taza del W.C. Lo hice en silencio, con los ojos cerrados, fantaseando con escenas eróticas poco convencionales. Fue mi primera vez. De ahí en adelante, perdí el pudor y creo que son pocos los baños compartidos que se han salvado. Incluso esos donde hay varias casetas y sólo te separa de las otras mujeres una puerta de lata. Es un juego entretenido, con adrenalina y muy placentero”.
Adelaida, profesional, 36 años.
(Publicado en La Nación Domingo, noviembre del 2003)
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1 comentario:
lo erotico siempre es algo que uno puede desarrollar, no necesitas de un otro para ello.Buen articulo
Marce
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